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Gusev le mira largamente. Habiéndolo notado, Pavel Ivanich se vuelve hacia él y dice:

—Ahora lo comprendo... ¡Si, lo comprendo muybieni

— ¿Qué comprende usted, Pavel Ivanich?

— Hasta ahora me parecía incomprensible que todos vosotros, a pesar de vuestro grave estado, estuvierais en este barco, en condiciones higiénicas terribles, respirando una atmósfera impura, expuestos al mareo, amenazados a cada instante por la muerte. Ahora ya no me extraña. Es una mala partida que os han jugado los médicos. Os han metido en este barco para desembarazarse de vosotros. Estaban de vosotros hasta la coronilla. Ademas, no sois para ellos enfermos interesantes, puesto que no les pagáis. Y no querían que murieseis en el hospital, pues eso siempre causa mala impresión. Para desembarazarse de vosotros necesitaban, por depronto, no tener escrúpulos, y, después, engañar a la administración del barco. Y lo han conseguido; entre cuatrocientos soldados sanos se puede muy bien hacer pasar inadvertidos a cinco soldados enfermos. Una vez a bordo, se os ha mezclado con los sanos, sin notar lo enfermos que estáis, y ya el barco, en marcha, se ha caído en la cuenta, como era natural, de que sois todos paralíticos y tísicos en último grado; pero ya demasiado tarde.

Gusev no comprende el sentido de las palabras de Pavel Ivanich. Creyéndole enojado con él, le dice para justificarse:

— Yo no tengo la culpa; me he dejado embarcar alegrándome mucho de irme a mi casa.