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De pronto, entre el caos de sus confusos pensamientos, una idea terrible, insoportable, ardió en su cerebro lúgubremente; el mismo dolor, la misma rabia de que él se sentía poseído, dominaba también a todos aquellos desdichados, y los había torturado durante años y más años... ¡Y él, a cuyos cuidados habían estado todos confiados, no había hecho nada, absolutamente nada, por aliviar sus tormentos. ¡Allí había estado veinte años sin preocuparse, sin interesarse siquiera por los horrores de aquellas vidas!

Y su conciencia, brutal e implacable como Nikita, le atormentaba. Se levantó otra vez. Quería correr, gritar de rabia, matar a Nikita, a Jobotov, a todo el personal, y después matarse él mismo. Pero su lengua paralizada, sus piernas, no le obedecían. Sofocado, desgarró su bata y su camisa, y, al cabo, perdió el conocimiento y cayó en la cama.


XIX


A la mañana siguiente despertó con una tremenda jaqueca. Sentía todo el cuerpo quebrado; estaba sumergido en un marasmo absoluto.

No quiso comer ni beber; se quedó acostado sin moverse ni articular una palabra.

A mediodía, Mijail Averianich vino a verlo; le traía té y mermelada.

También vino su cocinera Daría. Se estuvo de pie junto a la cama por espacio de una hora,