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con todo, se puso a temblar, y sintió frío en las piernas y en los brazos. Pensó, con espanto, que pronto despertaría Gromov y lo encontraría en aquel traje. Dio algunos pasos. Se sentó otra vez en la cama.

Pasó media hora, una hora. Silencio de muerte, un tedio mortal se apodera de su alma. ¡Y pensar que hay quienes se pasan aquí días enteros, semanas, años! Puede uno dar algunos pasos, mirar por las ventanas, sentarse en la cama, ¿y nada más? No; ¡es imposible!

Se acostó; pero se incorporó al instante, y enjugó el sudor frío de su frente con la manga de la bata. Sintió aun más penetrante el olor de pescado podrido. Y se puso a pasear, inquieto, por la sala.

—Es una equivocación—se dijo—; hay que hacerles ver que es una equivocación, y que no puede continuar...

En este instante Gromov despertó. Se sentó, escupió, y echó sobre el doctor una mirada indiferente. Tal vez no comprendió de pronto lo que pasaba. Pero, un instante después, su cara se anima con una expresión de alegría perversa e irónica.

—¡Vaya, vaya! ¿Usted aquí? ¿Conque también a usted me lo han encerrado? ¡Cuánto me alegro! Sea usted bienvenido. Hasta ahora era usted el verdugo. Ahora le toca a usted ser la víctima. ¡Muy bien! ¡Muy requetebién!

—Es una equivocación—dijo Ragin asustado por las palabras de Gromov—. Le aseguro a usted que es una equivocación.

Gromov escupió otra vez, y volvió a acostarse.