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la cama para usted—. añadió, señalando una cama vacia, que, probablemente, habían colocado allí aquel mismo día—. Pronto estará usted bueno y sano, puede usted estar seguro.

El doctor lo comprendió todo. Sin pronunciar una sola palabra, se dirigió a la cama indicada por Nikita y se sentó. Viendo que Nikita esperaba, se desnudó hasta quedarse completamente desnudo, y después se puso lo que Nikita le había traído. Los calzones le quedaban muy cortos; la camisa, muy larga; la bata olía a pescado podrido.

—Ya verá usted qué pronto se cura—repitió Nikita.

Después tomó el traje y la ropa de Ragin, y se salió por donde había venido, cerrando tras de sí la puerta.

—Lo mismo me da— pensaba Ragin al envolverse en la bata, sintiendo que con aquellas vestiduras parecía un prisionero—. Lo mismo me da llevar un frac, un uniforme o una bata de loco.

Pero, ¿dónde diablos está su reloj? ¿Y su cuaderno de notas? ¿Y sus cigarrillos? ¿Adonde habrá metido Nikita sus cosas?

Y comprendió entonces que aquello había terminado para siempre; que ya nunca, hasta la muerte, podría ponerse pantalones, chaleco ni botas. Experimentó una sensación extraña, confusa, incómoda. Naturalmente, siguió pensando que entre su casa y la sala número 6 no había diferencia fundamental ninguna; que los sufrimientos no son sino ilusorios, y que no existen para los verdaderos filósofos. Pero,