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absurdo viaje los 1.000 rublos que constituían sus economías y dinero que le hubiera bastado por lo menos para todo un año.

¡Y si al menos lo dejaran vivir en paz! Pero todos se creían obligados a molestarlo con sus visitas. De cuando en cuando también iba a verlo Jobotov. El viejo doctor detestaba cordialmente a su joven colega; le hacía mal aquella cara contenta, aquel tono de voz condescendiente, aquellas botas altas, aquellas maneras tan bruscas, y hasta la palabra «colega» que el otro se complacía en repetir a cada instante. Y lo más intolerable es que Jobotov se consideraba obligado a velar por la salud de Ragin, y siempre llegaba cargado de bromuro y de píldoras.

También el director de Correos se creía en el deber de visitar a su amigo y procurarle distracciones. Siempre entraba a casa de éste fingiendo una alegría desbordante; se reía a carcajadas y aseguraba al doctor que tenía muy buena cara y lo encontraba muy mejorado. El doctor lo comprendía todo, y aquella risita fingida del amigo lo incomodaba y lo ponía nervioso.

Mijail Averianich no había podido aún devolverle los 500 rublos de Varsovia, y estaba muy apenado; naturalmente, el doctor nunca le hablaba de la deuda. Las visitas de Mijail Averianich se le hacían cada vez más insoportables. Ante sus risas y sus anécdotas inacabables se sentía con ganas de taparse las orejas.

Durante estas visitas, el doctor permanecía echado en el diván sin desplegar los labios, con los ojos