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XII


En adelante, el doctor Ragin comenzó a notar algo misterioso en torno a él. Los criados, las Hermanas de la Caridad y los enfermos le miraban de un modo extraño, y, a su paso, cambiaban observaciones en voz baja. La niña, Macha, hija del administrador, con la que antes solía jugar en el jardín del hospital, escapaba a todo correr en cuanto intentaba acercársele. El director de Correos ya no le decía: «Tiene usted muchísima razón», sino que balbuceaba confuso: «Sí, sí...», y lo contemplaba con tristeza. Después le aconsejaba que renunciara al vodka y a la cerveza, aunque más que de un modo directo, por medio de alusiones veladas. Un día, por ejemplo, le contó la triste historia de un coronel y un sacerdote que se habían perdido por el abuso del alcohol.

Varias veces Jobotov había venido ya a casa de su colega, y también le había aconsejado que tomara bromuro, sin ninguna razón que pareciera justificarlo.

En agosto, el doctor Ragin recibió una carta, en que el alcalde lo citaba para tratar de un negocio importante. Habiéndose presentado en la casa municipal a la hora indicada, se encontró allí con el jefe de la guarnición local, el director de la escuela primaria, un consejero municipal, el doctor Jobotov, y un señor gordo y rubio, a quien le presentaron