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santes, y eso es lo que nos une y hace solidarios, a pesar de la divergencia de nuestras opiniones. ¡Si supiera usted, querido amigo, hasta qué punto estoy harto de la locura general, de la maldad, de la estupidez de la gente que me rodea, y qué alivio experimento hablando con usted! Usted es un hombre inteligente; yo me alegro de veras de encontrarme en su compañía...
Jobotov entreabrió lo puerta y echó una mirada al interior; Gromov, tocado con el bonete, y el doctor Ragin, estaban sentados al lado de la cama. El loco gesticulaba, hacía ademanes, temblaba; y el doctor, a todo esto, permanecía inmóvil, la cabeza inclinada sobre el pecho, roja y triste la cara.
Jobotov se encogió de hombros y cambió una mirada con Nikita. Éste también se encogió de hombros.
Al día siguiente, Jobotov acudió al mismo sitio, acompañado del enfermero. Los dos se apostaron tras de la puerta, y escucharon.
—Parece que el buen señor está algo chiflado—dijo Jobotov al enfermero, al salir del pabellón.
Y, el otro, piadosamente:
—¡Dios nos libre a todos de ese mal! La verdad, le diré a usted que ya me esperaba yo esto desde hace mucho.