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hablemos de usted: a usted nadie lo ha tocado con la punta del dedo; usted no ha tenido nada que temer; usted goza de una salud perfecta; nunca conoció usted la miseria, ni durante la infancia, ni después en la Universidad. Una vez obtenido el diploma, encontró usted una buena colocación; y desde hace unos veinte años vive usted en una casa que le proporciona el Estado, con calefacción, luz, servidumbre. Trabaja usted cuando le da la gana, y si no quiere usted, no hay quien le diga una palabra. Perezoso e inactivo por carácter, se pasa usted la vida en absoluta pasividad, y no le gusta a usted que nadie le moleste. Al hospital y a sus enfermos los entrega usted a manos del enfermero y demás canalla, y en tanto usted se la pasa tranquilamente, sín hacer nada, juntando dinero, leyendo excelentes libros, reflexionando en problemas abstractos, y... bebiendo. En suma: que usted no conoce la vida, y sólo tiene de la realidad unas nociones vagas y teóricas. Desprecia usted el sufrimiento por una sencilla razón: nunca lo ha padecido usted. La filosofía que uste predica—el desprecio del mal, la felicidad interior, la no existencia del dolor y demás sandeces—es la filosofía de todos los haraganes y bobos. Cuando ve usted que un mujik maltrata a su mujer, se dice usted que no vale la pena de intervenir, puesto que ambos tienen de morir un día u otro, y que, además, el verdugo se daña más a sí mismo de lo que daña a su víctima. Si un enfermo acude a usted, usted se dice que el mal que padece no es más que una imaginación del mal, y que, por