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como esclavo para comprar la libertad de otro esclavo. Esto prueba que era sensible a los sufrimientos, al menos a los ajenos. Para sacrificarse de este modo debió de sublevarse, indignarse contra la injusticia social, al punto de querer libertar a una de sus víctimas. Y, en fin, vea usted el caso de Jesucristo: era sumamente sensible a la vida real, y reaccionaba ante ella como los simples mortales; lloraba, sonreía, se entristecía, se encolerizaba. Al aproximarse a su espantosa muerte, no iba precisamente sonriendo: al contrario, en el jardín de Getsemaní pidió a Dios que le ahorrara tan amargo trance.

Gromov se detuvo un instante.

—Supongamos que tiene usted razón en el fondo; que la tranquilidad y la dicha no se encuentran afuera, sino en el corazón del hombre. Aun así, no entiendo que usted predique semejante doctrina. ¿Acaso es usted filósofo, o es usted sabio?

—No; ni sabio ni filósofo; pero creo que todos tenemos derecho de predicar la verdad.

—Pero ¿con qué derecho se atribuye usted competencia para tratar de los sufrimientos humanos? ¿Acaso ha sufrido usted alguna vez? ¿Tiene usted noción de lo que es sufrir? Permítame que le haga una pregunta: ¿Le han pegado a usted de niño?

—No; mis padres no aprobaban ese procedimiento pedagógico.

— Pues a mí mi padre me pegaba de un modo cruel. Era un hombre severo; padecía hemorroides; tenía una enorme nariz y un cuello amarillo. No