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—Según eso, yo debo de ser un idiota, puesto que sufro, estoy a disgusto y experimento una dolorosa sorpresa ante el espectáculo de la humana cobardía.

—En todo caso, se equivoca usted mientras más piense usted en ello, mas se convencerá de que todo lo que nos inquieta y nos apasiona es indigno de nuestra atención. La verdadera felicidad consiste en la comprensión del sentido de la vida.

—Comprensión... felicidad interior—y Gromov hizo una mueca—. Perdóneme usted; pero no lo entiendo. Yo solo sé una cosa: Dios me ha hecho de carne y hueso, me ha dado nervios y sangre caliente, soy un organismo vivo y, como tal, reacciono necesariamente ante toda irritación exterior. Reacciono, y no puedo menos de hacerlo. Cuando me hacen mal, grito y lloro; ante una cobardía, me sublevo; ante una mala acción, siento asco. Esto es lo que llamamos la vida, según mi entender. A organismo menos perfeccionado, reacción menor. Y al contrario, los organismos superiores son más accesibles a los sentimientos de dolor, de alegría, etc., y reaccionan más enérgicamente a todo lo que pasa en el exterior. Me parece que ésta es una verdad elemental. Y me asombra que todo un médico, como usted, ignore semejantes cosas. Para despreciar el sufrimiento, estar siempre contento y no asombrarse de nada, hay que haber caído muy abajo, haber llegado a un estado de brutalidad como el de ese, por ejemplo...

Y Gromov señaló al mujik embrutecido que esta-