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mov sin volver la cara y como hablando con la pared—. Y, después, sepa usted que todos sus esfuerzos por reanudar la conversación serán inútiles: no despegaré los labios.

—¡Qué cosa más rara!— balbuceó confuso el doctor—. Ayer hemos estado hablando tan tranquilamente, y de pronto usted se ha disgustado e interrumpe la charla... Tal vez he usado sin querer alguna palabra inoportuna, o habré sostenido alguna idea que a usted le molesta...

Gromov se volvió a medias, e incorporándose un poco, se quedó mirando al doctor irónicamente:

—Sépase usted que no creo una sola sílaba de lo que usted me cuenta. Sé muy bien lo que usted se propone: usted viene aquí como un espía, para descubrir mis intenciones y mis opiniones. Ayer lo he comprendido.

—¡Vaya una ocurrencia!—dijo el doctor asombrado—, ¿Se figura usted que soy un espía?

—Sí, señor. Un espía y un médico que procede al examen de las capacidades de su enfermo, son una misma cosa.

—Dispénseme usted, pero es usted realmente... original.

Se sentó en una silla, junto a la cama, y movió la cabeza en ademán de reproche.

—Admitamos que tiene usted razón— dijo—. Admitamos que examino cada una de las palabras de usted para denunciarlo después a la policía. Que lo van a arrestar a usted, a juzgar. ¿Acaso seria usted más infeliz en ninguna cárcel de lo que ya es aquí?.