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manifestar una actividad febril... Dígame, ¿qué hay de nuevo por allá, en el mundo?

—¿En el pueblo quiere usted decir?

—Cuénteme usted primero lo que pasa en el pueblo, y después lo demás.

—Pues mire usted: la vida en el pueblo es muy aburrida. Casi no hay nadie con quien cambiar unas palabras. ¡Si, al menos, viniera gente nueva! Verdad es que últimamente ha venido un joven médico, el señor Jobotov.

—Ya lo sé: un imbécil.

—Si, un hombre de muy escasa cultura. Es increíble: yo me imagino que en Petersburgo, en Moscou, la vida intelectual es intensísima, que todo está allá efervescente, y que todo se agita en torno a los grandes problemas de actualidad; y, sin embargo, nos llega de allá cada tipo tan insulso, tan poco interesante. ¡No; nuestro pobre pueblo no tiene suerte!

—¡Es verdad, pobre pueblo!

Gromov calló un instante, y después:

—Y en las revistas, en los periódicos, ¿qué hay de nuevo? La sala estaba ya por completo sumergida en tinieblas. El doctor se puso en pie, y empezó a contar lo que decía la Prensa, y lo que había del movimiento intelectual en Rusia y en el extranjero.

Gromov lo escuchaba con notable atención, preguntaba algo y parecía muy interesado. Pero, de pronto, como si hubiera recordado algo terrible, se llevó las manos a la cabeza, se echó en la cama y volvió al doctor las espaldas.