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una fe tan grande, hasta en la prisión se puede encontrar felicidad. Permítame usted una pregunta: ¿Dónde ha hecho usted sus estudios?

—En la Universidad, pero no los terminé.

—Usted es un hombre que sabe pensar. Usted podrá encontrar siempre algún consuelo en sí mismo, cualesquiera que sean las condiciones de su vida. El pensamiento libre de trabas que trata de comprender el sentido de la existencia, y el desprecio absoluto por todo lo que sucede en este bajo mundo, son los dos bienes supremos. Usted puede ser dueño de ellos, aun encerrado tras de estas rejas. Diógenes vivía en un tonel, pero eso no le impedía ser más dichoso que todos los reyes de la tierra.

—El tal Diógenes era un imbécil— dijo Gromov con voz opaca—. ¿Para qué me habla usted de Diógenes y de felicidades fantásticas? Y de pronto, sobreexcitado, añadió: ¡Yo amo la vida, la amo apasionadamente! Tengo la manía de la persecución, estoy poseído de un terror constante, pero por momentos tengo una sed tan inmensa de la vida que temo volverme loco rematado. ¡Dios mío! Lo que yo quiero es vivir, ¿me entiende usted? Vivir una vida completa, íntegra.

Muy conmovido, dio algunos pasos por la sala. Después, más tranquilo, añadió:

—A veces, en sueños, veo que me rodean unas sombras. Veo, en mi imaginación, unas gentes, oigo unas voces, música, y me parece que me paseo a través de campos y bosques, junto al mar... Y siempre, siempre, un deseo ardiente de moverme, de