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gión y la filosofía, que era hasta ahora, no sólo una fuente de consuelos, sino de felicidad. Amén de que los hombres más eminentes han sufrido muchos males. Puchkin, por ejemplo, pasó unas horas terribles antes de morir; el pobre Heine estuvo paralitico muchos años. ¿Por qué, pues, empeñarse en ahorrarle sufrimientos a un triste empleado o a una burguesa cualquiera, cuya vida, desprovista de padecimientos, sería monótona e insípida, como la de un organismo primitivo?

A fuerza de razonar así, el doctor comenzó a abandonar sus deberes, y sólo se preocupaba del hospital dos o tres veces por semana.


VI


La vida del doctor es muy aburrida.

Se levanta a eso de las ocho, se viste, toma el té, lee después un poco en su gabinete y, a veces, visita el hospital. Allí, en el estrecho y oscuro corredor le están esperando los enfermos. Frente a ellos pasan continuamente, golpeando el suelo con los zuecos, los guardianes y los enfermos internos. A veces también conducen por el corredor a los muertos, hacia la sala mortuoria. Se oyen gemidos de los dolientes, se oyen llantos de niños, y el viento circula, libremente por el corredor, produciendo fuertes corrientes.

El doctor sabe bien que todo eso produce una im-