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de tarde en tarde: no abundan los aficionados a las casas de locos. Dos veces al mes viene el peluquero Simeón Lazarich. Nikita le ayuda a cortar el pelo a los huéspedes de la número 6, y los pobres reciben entonces tan malos tratos, que su aparición provoca un pánico indescriptible.
Aparte del peluquero, no viene nadie al manicomio; los enfermos están condenados a no ver más cara que la de Nikita todos los días. El doctor, tampoco viene casi nunca.
Pero he aquí que de pronto circula por el hospital un rumor inusitado: el doctor ha dado en frecuentar la sala número 6.
En efecto; la noticia era extraña, casi extraordinaria.
El doctor Andrés Efimich Ragin no es un hombre ordinario. Cuentan que en su juventud había sido muy devoto, y que se preparaba para la carrera eclesiástica. Después de alcanzar el bachillerato, en 1883, quiso entrar en el seminario para hacerse cura; pero su padre, médico también, se opuso resueltamente, y le declaró que lo desconocería si se empeñaba en seguir la carrera del sacerdocio. Andrés Efimich confesaba no sentir la menor vocación por la medicina ni por ninguna otra ciencia especial. Pero el destino había decidido que fuera médico.