te de la secreta. A mediodía pasaba, invariablemente, el jefe de policía, en coche, camino de su despacho; pero, ahora, a Gromov le parecía notar en aquel hombre cierta inquietud, y una expresión singular en su rostro. Probablemente, al jefe de policía se le hace tarde para comunicar que ha descubierto en el pueblo a un criminal importante.
Cada vez que la campanilla sonaba, Gromov temblaba; toda cara nueva que veía en casa le inspiraba desconfianza y temor. Cuando, por la calle, se encontraba con guardias o gendarmes, fingía sonreír, se ponía a silbar, como para dar a entender que no tenía razón de temerles. Por la noche padecía insomnios, esperando que vinieran a arrestarlo de un momento a otro; pero, por temor de que el ama de la casa se diera cuenta, hacía como que roncaba y lanzaba profundos suspiros, simulando un sueño profundo. ¡No fueran a figurarse que tenia remordimientos de conciencia que le quitaban el sueño, y sospecharan de él!
Trataba de tranquilizarse, de convencerse de que sus temores eran infundados, que aquello era absurdo, que, aun cuando lo arrestaran, la cosa no sería tan terrible mientras realmente estuviera limpia su conciencia; pero el razonar consigo mismo, sólo le servía para angustiarse más y más. Finalmente, viendo que sus reflexiones eran inútiles, se resignó, y ya no se opuso más a sus pensamientos funestos.
Comenzó a evitar el trato y a buscar la soledad. La servidumbre, que de tiempo atrás le disgustaba, ahora se le había hecho de todo punto insoportable,