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cruzó con dos presos cargados de cadenas y conducidos por cuatro soldados.

A menudo se encontraba Iván con prisioneros, y siempre sentía una profunda compasión hacia ellos; pero esta vez la impresión fué mucho más intensa y dolorosa. Y se dijo que él mismo podría un día ser conducido así, entre grillos, hasta la cárcel, por entre el fango de las calles.

Cuando hubo despachado lo que tenía que hacer, de vuelta a su casa, tropezó, junto a la oficina de correos, con un oficial de policía conocido suyo. Este lo saludó y lo fué acompañando un rato. El caso preocupó mucho a Iván Dimitrievich. Todo el día estuvo pensando en presos y en soldados carceleros. Poco a poco, una vaga angustia se fué apoderando de su ánimo, y ni siquiera podía entregarse a la lectura.

Por la noche no encendió la lámpara. No pudo conciliar el sueño en toda la noche, y estuvo pensando en que a él también le podrían arrestar, encadenar, encarcelar. De sobra sabía él que no había cometido crimen alguno, y estaba seguro de no cometerlo en su vida; pero, ¿acaso estaba a salvo de incurrir en alguna ilegalidad, aun sin querer, por un azar desgraciado? Finalmente, podía ser víctima de una calumnia o un error judicial cualquiera. En el estado actual de las leyes, los errores judiciales son siempre probables. Jueces, policías, médicos, juristas, todos, en virtud del hábito profesional, se van volviendo imposibles, y a menudo se inclinan a ver crímenes donde no los hay. Así, inconscientemente,