sociales, de los caracteres y de las tendencias más diversos, pasan ante el lector, trazados con mano ligera, esquiciados a lápiz, sin larga detención en ellos del autor, y, sin embargo, vividos, palpitantes.
Después, poco a poco, Chejov se hace más serio, más cuidadoso en los dibujos. Vivió en una época harto triste,. El pueblo ruso, sometido a la dominación de la más severa política reaccionaria, arrastraba una vida obscura, monótona. Una apatía profunda invadía a los intelectuales, cansados de las luchas políticas, que no los habían conducido sino a decepciones crueles. Unos se hallaban encerrados en estrecha existencia egoísta; otros gemían y se quejaban sin cesar; otros se entregaban al alcohol, al juego. Era, según la expresión de un poeta ruso, «una vida gris salpicada de sangre».
Chejov empezó a pintar dicha vida. Sus novelas y sus dramas de tal época nos presentan un largo cortejo de gentes que sucumben al peso de la monotonía, la estupidez, la desolación de la existencia. De ahí la nota triste, melancólica, que domina en sus obras: la Rusia de esta época no se prestaba al regocijo. «La vida de nuestras clases superiores—dice Chejov en una novela—es gris y como envuelta en crepúsculos; la del pueblo, la de los obreros y campesinos, es una noche negra, formada de ignorancia, de pobreza y de toda suerte de prejuicios.»
A pesar de la tristeza y la monotonía del medio que describe; a pesar de la nota melancólica que le distingue, Chejov encanta al lector con su manera de