tria ni un solo hombre útil. ¡Ni uno solo! Todos ustedes han matado en germen, cuidadosamente, cuanto había aquí vital, capaz. Es ésta una ciudad de tenderos, de hosteleros, de escritorzuelos, de cobardes y de devotos: una ciudad que pudiera desaparecer el día menos pensado sin que se advirtiese su desaparición y sin que nadie llorase su pérdida.
—No quiero oírte más, ¡canalla!—gritó mi padre asiendo la regla que había sobre la mesa—. ¡Cállate! Estás borracho. ¿Cómo te atreves a presentarte ante mí en tal estado? Yo te declaro por última vez—y díselo también a tu hermana, que ha perdido toda honestidad—, yo os declaro que no recibiréis nada mío. Por consiguiente, no seréis mis herederos. He arrancado de mi corazón los malos hijos, y si sufren las consecuencias de su indocilidad y de su obstinación, tanto peor para ellos. ¡No tengo piedad para vosotros! ¡Piensa en marcharte! Dios misericordioso ha querido castigarme dándome hijos perversos, y yo me someto, humilde, a esta prueba.
Como el Job biblíco, halló consuelo en los sufrimientos y en el trabajo.
Calló, volvióse a mí y continuó:
—En tanto no vuelvas al buen camino, te prohibo pisar el suelo de mi casa. Soy justo. Todo cuanto te he dicho es de una gran utilidad para ti, y si quieres corregirte, piensa en lo que te he dicho toda tu vida y sigue mis consejos. Ahora, márchate; no tengo nada más que decirte...