Al fin llegó el momento:
—¡Cleopatra Alexeyevna, prevenida!—le dijo el segundo apunte.
Salió hasta mitad de la escena. En su rostro se pintaba el terror. En aquel momento estaba fea, torpe.
Durante un minuto permaneció inmóvil, como paralizada y sólo sus pendientes se balanceaban.
—Por la primera vez es permitido leer el cuaderno—le dijo alguien.
Yo la veía temblar de pies a cabeza, de tal modo que no podía abrir el cuaderno. Iba a aproximarme a ella para sacarla de escena y calmarla; pero en aquel momento cayó de improviso de rodillas y comenzó a llorar como una loca.
Todos estaban confusos, emocionados, llenos de agitación. Mi hermana fué rodeada por todos lados. Sólo yo permanecí como clavado en mi sitio, junto a los bastidores, lleno de espanto, sin comprender nada de lo que acababa de pasar ni saber qué debía hacer.
La levantaron y se la llevaron de la escena. Ana Blagovo se aproximó a mí. Yo no la había visto antes, y surgió ante mí como si brotase de la tierra. Llevaba sombrero y un velo sobre la cara, y, como siempre, su actitud era la de una persona que sólo iba allí por unos instantes.
—Le recomendé que no aceptara el papel—dijo con voz alterada, ruborizándose ligeramente—. Ha sido uña locura, que usted ha debido impedir...
En aquel momento se acercó a nosotros, con