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Pasé la noche en casa de mi vieja nodriza Karpovna.

Al día siguiente fui con Nabó a tapizar las paredes a la morada de un rico comerciante que casaba a su hija con un doctor.


XVII


El domingo, después de comer, recibí la visita de mi hermana. Tomamos juntos el te.

—Ahora leo mucho—me dijo, enseñándome los libros que habla llevado de la biblioteca municipal—. Se lo debo a tu mujer y a Vladimiro: ellos despertaron mi espíritu. Me han salvado, y gracias a ellos me siento ahora un ser humano digno de serlo. Antes estaba siempre preocupada con cosas fútiles; pensaba en que consumíamos demasiada azúcar, que era preciso aliñar pepinos, comprar coles para el invierno, etc., etc. Estas ideas me inquietaban y me quitaban el sueño. Ahora tengo también preocupaciones, pero son de otra naturaleza: mi alma está conturbada porque he pasado de esa manera estúpida toda la vida. Siento menosprecio por mi pasado, siento pesar de este pasado, y a mi padre lo considero un enemigo. ¡Ah, qué agradecida estoy a tu mujer! ¡Y Vladimiro! Es un hombre admirable. Entre los dos me han abierto los ojos...

—Es peligroso que sufras insomnios—le dije.

—¿Tú crees tal vez que estoy enferma? Nada de