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pia persona: todos debíamos de ser para ella lo mismo, poco más o menos. No podía ocultar su profundo desprecio por todo cuanto le evocaba su imaginación al pensar en Dubechnia: por nuestro matrimonio, por nuestros trabajos agrícolas, por los campesinos, por el viento, la lluvia y el barro.
También ella esperaba con impaciencia la mañana: se leía en sus ojos.
En cuanto amaneció se fué.
La esperé en Dubechnia durante tres días. Luego guardé en una sola habitación todas mis cosas, cerré la habitación con llave y me fui también a la ciudad.
Una vez allí, me dirigí a casa del ingeniero Dolchikov.
El criado me dijo que el ingeniero estaba hacia unos días en Petersburgo y que María Victorovna debía de estar en casa de Achoguin, donde se celebraba un ensayo general. Me dirigí a casa de Achoguin. Cuando subía la escalera, parecía que el corazón iba a saltárseme del pecho. Me detuve un poco ante la puerta para tranquilizarme. Por fin, me decidí a entrar en el salón.
Estaba alumbrado por velas, que lucían, en grupos, de tres, sobre la mesa, el piano, el estrado. Después me enteré de que la primera función estaba fijada para el día "trece", y el primer ensayo para el "martes", que según los supersti-