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—Ve a lavarte las manos—me dijo Macha—. Te huelen a cola.

Había traído de la ciudad los últimos números de los periódico, ilustrados, y después de cenar nos pusimos a hojearlos juntos. Macha los miraba rápidamente y los iba apartando, para leerlos a su gusto cuando estuviera sola. Pero un figurín que representaba a una dama con una falda ancha como una campana le llamó la atención.

Le examinó larga y gravemente, y dijo:

—¡No está mal!

—Sí, ese traje es muy a propósito para ti— dije yo a mi vez.

Y mirando con admiración el figurín, que me entusiasmaba tan sólo porque era del gusto de Macha, añadí:

—¡Es un traje encantador, precioso! ¡Y estarás tan linda con él, mi bella, mi espléndida Macha!

No pude contener las lágrimas, que comenzaron a caer sobre el periódico.

—¡Mi bella, mi espléndida Macha!—repetí balbuciente...

No tardó en irse a acostar. Me quedé solo, y durante cerca de una hora estuve leyendo las ilustraciones.

—Has hecho mal en retirar los cierres dobles—me dijo Macha desde la alcoba—. Vamos a tener frío esta noche. Hace mucho viento...

Después de leer en los periódicos unas informaciones sobre un nuevo procedimiento para la