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lera, de la embriaguez y la maldad de los campesinos. El oírla me hacía sufrir. No podía yo concebir la injusticia de sus acusaciones. Con su fina inteligencia hubiera debido darse cuenta de que la gente bien educada, perteneciente a la buena sociedad, no se distingue tampoco por la santidad de su vida. Su padre, por ejemplo, bebía también mucho, gastaba grandes sumas en vinos, y ella no se lo reprochaba. Además, el dinero con que Dolchikov había adquirido Dubechnia provenía de una fuente harto sospechosa, había sido ganado sabe Dios cómo.


XIV


Mi hermana vivía su vida y me la ocultaba cuidadosamente. Solía hablar con Macha en voz baja para que no la oyese yo. Cuando me acercaba a ella experimentaba una visible turbación y se diría que se esforzaba en cerrar su corazón ante mí. Me miraba con ojos suplicantes y al mismo tiempo culpables. No me cabía duda de que pasaba por una grave crisis y le daba el decírmelo vergüenza o miedo. Evitaba quedarse sola conmigo, y siempre estaba al lado de Macha, de modo que yo no tenía casi nunca ocasión de hablarle.

Una noche, al volver de Kurilovka, donde había pasado la tarde vigilando la edificación de la escuela, pasé por el jardín. Aunque lo envolvían