de la boda pedí en la mesa una cuchara, y mi suegra la limpió con los dedos. "Esa es vuestra limpieza", me dije. Y al año de vivir con mi segunda mujer, la dejé... No quiero más...
Calló un instante, contemplando el agua tranquila que corría a sus pies, y añadió:
—No debí casarme con una campesina. Las campesinas son muy bestias. Dicen que la mujer debe ayudar a su marido en el trabajo; pero yo me puedo pasar sin esa ayuda; me ayudo yo mismo. Lo que necesito es una mujer con quien poder hablar...
En aquel momento advirtió que yo me acercaba, y no habló más: no le gustaba hacerlo delante de los hombres.
Macha iba con mucha frecuencia al molino; escuchaba a Stepan con visible placer: el molinero odiaba a los campesinos y ella compartía ese odio. Lo que decía Stepan justificaba el desprecio que los campesinos le inspiraban.
Cuando volvía a casa y se enteraba de que las cabras de los campesinos se habían comido las coles de nuestro jardín o de que nos habían robado algo, se encogía de hombros y decía encolerízada:
—Es natural. De gente así no se puede esperar otra cosa.
Cada día se indignaba más contra los campesinos, los odiaba con toda su alma. Yo, por el contrario, me iba acostumbrando poco a poco a sus imperfecciones. Había algo en ellos que me atraía.