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límites de nuestra propiedad, les creímos las primeras veces y les pagamos las multas sin replicar; pero no tardamos en convencernos de que las reclamaciones carecían en absoluto de fundamento.

Con frecuencia, los campesinos derribaban árboles de nuestro bosque sin pedimos permiso. Uno de ellos, enriquecido gracias a no muy limpias operaciones comerciales en Dubechnia, se puso, en secreto, de acuerdo con nuestros trabajadores, y todos en combinación nos robaban desvergonzadamente: cambiaban en nuestros coches ruedas nuevas por viejas, se apoderaban de nuestros arneses, que nos vendían luego como si fueran suyos, etc., etc.

Pero todo esto eran tortas y pan pintado en comparación con los disgustos que nos proporcionaba la escuela. Las mujeres nos robaban durante la noche planchas de hierro, ladrillos, en fin, cuanto podían llevarse. Nosotros reclamábamos, y el alcalde y algunos guardias hacían pesquisas en el domicilio de las ladronas, les imponían a cada una dos rublos de multa, y con el dinero reunido compraban "vodka", emborrachándose toda la aldea de una manera abominable.

Macha estaba muy enojada, y le decía al doctor y a mi hermana con voz trémula de indignación:

—¡No son hombres! No hay en ellos nada de humano. ¡Qué horror! ¡Dios mío, qué horror!

Y no pocas veces la oí dolerse de haber em-