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y yo me devanaba los sesos tratando de comprender la razón.

Es costumbre en nuestro país investir de cierta solemnidad la recolección del trigo. Por la noche se reunen en el patio del propietario los campesinos, y se los obsequia con "vodka".

Nosotros no quisimos seguir esta tradición. Los segadores y las segadoras esperaron largo rato en el patio, y viendo que no se les daba "vodka", se marcharon, muy entrada la noche, jurando e insultándonos. Macha, al oírlos, frunció las cejas y guardó un silencio sombrío. Sólo dijo al cabo de un rato, dirigiéndose al doctor:

—¡Qué brutos! ¡Son unos salvajes!

En el campo se acoge siempre a los nuevos vecinos con cierta hostilidad, como en la escuela a los nuevos alumnos. Nosotros tuvimos ocasión de experimentarlo. Al principio se nos consideraba gente de poco seso, sin el menor sentido práctico, que había comprado la finca porque no sabía qué hacer del dinero. Los campesinos se burlaban sin rebozo de nosotros y nos daban todos los disgustos que podían. Llevaban a pacer a nuestro bosque y hasta a nuestro jardín a sus vacas y sus caballos; y cuando nuestras bestias eran acusadas calumniosamente por ellos de haberse metido en sus prados, exigían que les pagásemos multas. Acudían en turba a casa, armaban bajo nuestras ventanas una algarabía infernal y aseguraban que habíamos segado un trozo de terreno que no era nuestro. Como no conocíamos los