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El ingeniero se levantaba de dormir la siesta, casi siempre muy mal humorado, y empezaba a gruñir; le parecía que todo lo hacíamos mal, y se lamentaba de haber adquirido Dubechnia, que, según decía, solo le había proporcionado sinsabores. La pobre Macha le escuchaba cariacontecida. A veces se dolía en su presencia de la conducta de los campesinos, y él le decía que con aquella gente había qué ser muy severo y que el mejor modo de hacerla entrar en razón era sacudirle el polvo.

Nuestro matrimonio y nuestra manera de vivir los consideraba una comedia.

—No es más que un capricho—decía—. En Macha son frecuentes los caprichos por el estilo. Una vez se figuró ser una gran artista de ópera y se escapó de casa. ¡Estuve dos meses buscándola por toda Rusia! Sólo en telegramas me gaste mil rublos. ¡Sí, amigo mío!

Ya no me llamaba sectario, ni señor decorador, ni elogiaba mi conversión en obrero, como acostumbraba hacer antes.

—¡Es usted un hombre extraño!—me decía ahora—. No es usted un hombre normal. No soy profeta; pero le predigo que acabará malamente.

Macha apenas dormía de noche, y se pasaba horas enteras sentada, a la luz de la luna, junto a la ventana de la alcoba. En la mesa ya no se reía ni me hacía guiños.

El ver extinguida su alegría me atormentaba. Cuando llovía, cada gota de lluvia se me antoja-