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parecía no advertir su presencia. Sin contestar a su saludo ni con la palabra ni con el ademán, se sentaba a la orilla del río y empezaba a canturrear en voz baja.

Así, sin decir esta boca es mía, permanecía una hora y a veces más tiempo. La mujer y la suegra, después de cambiar quedamente algunas palabras, se levantaban y esperaban un instante, por si se dignaba mirarlas. Luego saludaban de nuevo muy humildes, y decían con voz cantarina:

—¡Hasta la vista, Stepan Petrovich!

Y se iban.

Cuando ya estaban lejos, Stepan cogía el envoltorio con pan o ropa limpia que le habían dejado,, miraba guiñando los ojos en la dirección que habían tomado las mujeres, y me decía, desdeñoso:

—¡El sexo femenino!

El molino trabajaba día y noche. Yo ayudaba a Stepan en su labor. Cuando se iba un rato del molino le reemplazaba gustosísimo.


XI


Aquel año, el tiempo fué muy caprichoso. Tras unos cuantos días de sol volvieron los días nublados. Durante todo el mes de mayo llovió e hizo frío.

El ruido de las ruedas del molino, unido al de la lluvia, emperezaba y daba sueño. El suelo temblaba, olía a harina, y eso también adormilaba.