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es tan inteligente, dice que este matrimonio es una prueba a que te somete el Señor. Te deseo fuerzas para salir victorioso de ella. La vida de familia no sólo proporciona alegrías, sino también padecimientos. La vida es así.

Macha y yo la acompañamos cerca de tres verstas, a pie. Luego de despedirla, nos dirigimos a casa, silenciosos, el corazón henchido de felicidad. Macha me llevaba cogida una mano, y de cuando en cuando cambiábamos miradas llenas de cariño. No pronunciamos ni una sola palabra de amor: eso habría podido turbar el goce de nuestra ventura. El verdadero amor no necesita ser expresado con palabras. Después de la boda nos sentíamos todavía más cerca uno de otro, y se me antojaba que nada en el mundo podría nunca separarnos.

—Tu hermana—me dijo mi esposa—es muy simpática; pero, al mirarla, se experimenta la impresión de que ha sido maltratada durante mucho tiempo. Tu padre debe de ser un hombre terrible.

Le conté el sistema educativo que mi padre había puesto en práctica conmigo y con mi hermana. Le describí nuestra niñez dolorosa y estúpida. Cuando le dije que mi padre, no hacía aún mucho tiempo, me había pegado, se estremeció y se apretó contra mí.

—¡No, no me cuentes esas cosas! ¡Es terrible!

Ya no nos separamos. Ocupábamos tres habitaciones de la casa grande. Por la noche yo cerra-