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viera respirando un aire delicioso. Contemplándola, comprendí que no existía para ella en el mundo nada tan importante como el amor, el amor sencillo, terreno, y que soñaba con él a toda hora, de un modo apasionado, ocultando celosamente sus sueños.
Abrazaba y besaba a Macha sin cesar, y, no sabiendo cómo expresarle su entusiasmo, le decía, refiriéndose a mí:
—¡Es bueno, muy bueno!
Antes de volverse a la ciudad se despojó del traje blanco, y se puso otro de diario y me suplicó que saliese un momento con ella al jardín.
—Quisiera hablarte—me dijo.
Salimos.
—Papá—comenzó—está muy enfadado porque no le has escrito. Debías haberle pedido la bendición. Pero, aparte de eso, está muy contento. Cree que este matrimonio te elevará a los ojos de toda la ciudad, y que, bajo el influjo de María Victorovna, te volverás un hombre serio. Por las noches hablamos de ti. Ayer te nombró con estas palabras: "Nuestro Misail", y eso me llenó de alegría. Creo que acaricia, respecto de ti, algún proyecto. Me parece que quiere darte una lección de generosidad y nobleza, y que está dispuesto a que sea suyo el primer paso hacia la reconciliación. Es muy posible que venga a veros dentro de unos días.
Se persignó varias veces, y dijo:
—Bueno, querido, sed felices. Ana Blagovo, que