Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/102

Esta página ha sido corregida
97

—¡Hay que acabar lo más pronto posible!—casi grité en el silencio de la ciudad dormida.

Y, alzando los ojos al cielo, juré solemnemente romper toda relación con la familia Dolchikov.

A la noche siguiente no fui a verlos.

Muy tarde ya, pasé por la calle de la Nobleza. Estaba obscuro y llovía. La casa de Achoguin se hallaba sumida en el sueño; en una sola ventana, la de la señora Achoguin, situada al extremo de la fachada, se veía luz. La señora Achoguin, sin duda, estaría bordando o haciendo calceta, alumbrada por tres bujías, para demostrar el desprecio que le inspiraban las supersticiones. En nuestra casa no se veía luz alguna. La de Dolchikov, frontera a la nuestra, estaba, por el contrario, muy iluminada, aunque, a causa de los visillos, no se distinguía nada de su interior.

Seguí andando a lo largo de la calle, bajo la lluvia primaveral. Oí a mi padre llegar, de vuelta del club. Llamó a la puerta, y momentos después vi, dentro, encenderse una luz. Distinguí la silueta de mi hermana, que con el quinqué en la mano, y alisándose presurosa el cabello, se dirigía a la puerta. Luego, desde mi secreto observatorio, vi a mi padre ir y venir por el salón. Hablaba frotándose las manos; mi hermana, sentada en una butaca, permanecía inmóvil y muda. Seguramente no le escuchaba, absorta en sus cavilaciones.

No tardaron en retirarse, y la luz se apagó.

Miré a la casa del ingeniero: también estaba sumida en las tinieblas. Solo, en la noche negra,