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AGUSTINA ANDRADE

¿Qué extrañas? El sauce de frondas sonoras, el claro arroyuelo de limpio cristal,

la tosca canoa que ataba el isleño

con lazos de ibira, del verde juncal?

¿Extrañas el nido que el viento hamacaba, que a veces las ondas con furia azotó, colgado cual viejo jirón de bandera

del trémulo gajo del alto timbó?

¡Ah, lejos, muy lejos, quedó la espesura que oyó tus primeros cantares de amor; en vano te agitas, esperas en vano,

no oirás de las selvas el dulce rumor!

No es ruido de hojas, ni tumbos de olas, lo que oyes, boyero, con triste ansiedad: es del mar humano la ronca marea, de torvas pasiones el rudo huracán.

¡También yo he dejado muy lejos el nido a cuyo silave, gracioso vaivén,

canté a la esperanza con dulces acentos, a Dios y a mis padres queridos canté!

¡Hermano! Suframos. ¡Hermano! Esperemos, no hay noche sin alba, ni eclipse inmortal; cantemos, que el alma se embriaga cantando y los dos tenemos el don de cantar!

DESPUES DEL TRIUNFO

A eso llaman triunfar: palmas y gritos, algunos ramos de venal laurel,

y después... ¡el silencio y el olvido!

¿Y después? ¡Oh, qué horrible es el después!

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