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DOELIA C. MÍGUEZ
¡Ah! Si al crear el mundo a su contacto quedó la tierra de lo bueno henchida; si al solo soplo del divino labio
quedó perpetua la bondad divina,
no pudo nunca el caldeado aliento
de la maldad aniquilar la vida
de lo que creara el que creara el mundo, ¡la llama aquella que su amor prendía! ¡Y quedó allí purificando el aire,
en aquella alma de mujer tejida,
como los gajos de un rosal gigante
que blancas flores de candor abría!
¡Y desde entonces los humanos labios ante ella vuelcan la oración, semilla que da su eterno renoval de flores sobre la eterna sucesión de días!...
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