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LOLA S. B. DE BOURGUET 117

Al final de la senda polvorosa y silente, El altivo palacio alza su enhiesta frente; Descabalga gozoso el audaz caballero, Deja los riscos duros del tétrico sendero, Y por la ancha escalera tendida de escarlata Va mordiendo la alfombra con su espuela de plata; Llega hasta el monstruo negro que guardan dos dragones Con las fauces abiertas como de enormes leones, Y ante su horrible estampa se suspende un momento Como suele en sus rachas el impetuoso viento... Luego, con voz tonante habla el dragón primero: —"'Si algo en el mundo quieres, vuélvete, caballero, Que si a tocar te atreves el negro monstruo inerte, tendrás en el instante desesperada muerte...” Y antes que el caballero, presa de asombro mudo, Enristrara la lanza y afirmara el escudo, Habló el dragón segundo:

—"Si de la fuente aquella Que tras de los desiertos brilla como una estrella Y del Amor se llama, traes tres mágicas gotas, Caerán las duras piedras cual por ensalmo, rotas... Anda, ve, caballero...”

Y ya de un solo brinco Sobre el caballo moro, hendiendo con ahinco Las espuelas de plata en el lustroso flanco, Deja el doncel la sombra del gran palacio blanco.

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—¿Y volvió el caballero? ¿Desencantó a la amada? La que así preguntaba con angustia velada

Tenía quince mayos, suaves cabellos blondos. Ojos de anchas estrías y de mirares hondos,

Y allá, dentro del alma, un jardín de ilusiones Poblado de querubes y angélicas visiones...

La verdad era triste... La verdad era dura... ¿A qué echar en las mieles la gota de amargura?

Y dije: