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—¡Demonio! Si habrá resuelto Armando suspender el viaje! pensó ¡Me hubiera lucido!....

Subió al vapor, lo paseó de un estremo al otro pero esta vez, como la primera, no consiguió ver al jóven, cosa que no estrañará á nadie, siendo tan natural. Lindoro supuso entonces que su amigo se embarcaria en el vapor siguiente y no se inquietó mas. El fragmento de carta hallado en el carruaje, dábale la seguridad de que Dupont iria al Rosario.

— Pasaré un dia sin él, pero ¡eso qué importa! Ya encontraré amigos con quienes divertirme en esa ciudad. Con dinero nada es difícil.

Pensando en esto, instalóse en un camarote de primera clase y tumbándose en la cama, durmió hasta que la tradicional campanilla anunció que la hora de comer habia llegado. Fué al comedor teniendo aún la esperanza de que encontraria en él á Armando, pero tuvo que convencerse de que su amigo no habia emprendido aún el viaje. Comió, bebió, charló, gesticuló, hizo arrumacos á una viajera vieja y fea que estaba al lado suyo, y por úitimo, á los postres, levantó su copa para brindar á la salud de todos los que en el vapor estaban.

La noche pasó, como pasan las noches en los va-