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Ernesto se enjugó una lágrima.

Ya todo habia concluido. Un pequeño monton de tierra señalaba el lugar ocupado por Eugenia. Nada restaba que hacer allí.

Don Miguel y Ernesto salieron del cementerio, cuya callada soledad infundia ese respeto y sentimiento inesplicables y vagos, que tanto se parecen al temor.

Esperaron el tren á la puerta, y una hora mas tarde llegaron á la casa. Don Miguel no habia almorzado; Dolores quiso obligarlo á que lo hiciera, pero fué imposible. Hay momentos en que el hombre se olvida de todo!...

Manuela, retirada á un extremo del cuarto, permanecia inmóvil, anonadada por el dolor.