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produciendo una música que crispa los nérvios; la máquina arrastra pesadamente los coches unidos á ella, lanzando por su chimenea súcia y negra, gigantescos resop1idos que en esos instantes se comparan á los últimos suspiros de un moribundo.

Las gentes que pasaban por las calJes, deteníanse á mirar con torpe indiferencia el paso del tren.

Para las personas que habitan allí cerca, acostumbradas á ese espectáculo, nada de estraño tiene ese último viaje de los que fueron sus semejantes. ¡La costumbre puede siempre mas que el sentimiento!

Por fin se detuvo el tren en el cementerio. El ataud fué bajado; Ernesto entregó la boleta de la Municipalidad á uno de los empleados del cementerio; una carretilla sirvió para conducir el cuerpo hasta la sepultura: un sacerdote dijo á toda prisa las últimas oraciones; los sepultureros bajaron el ataud por medio de unos gruesos cordeles; luego.... la tierra cayó con estrépito sobre el cajon negro, semejando al redoble de un tambor....

¡Como resonó ese sordo ruido en el corazón del

infeliz esposo!