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de que todo estuviera siempre en órden, parecian llevar á la triste vivienda algo como un rayo de luz.

Nunca desaparecia de su rostro la sonrisa del que espera, y cuando su padre se quejaba de la suerte, tenia tales palabras de ternura y consuelo, que hacia que el buen anciano la tomara en sus brazos, besándola en la frente y derramando una lágrima de agradecimiento.

Manuela era el ángel tutelar de aquella casa, sobre la que el génio de la desdicha habia abatido el vuelo. A pesar de todo, aún eran dichosos, cuando á la tarde, juntos los tres, se prodigaban esas dulces palabras que con tanto placer se escuchan siempre. Pero un nuevo golpe debia herirles.

Hay una enfermedad terrible que se presenta á veces rápida como el rayo.

Las pupilas de la persona atacada quedan de pronto inmóviles, conservando sin embargo el ojo toda su trasparencia y toda su limpidez. Pero la ceguera es completa en la mayor parte de los casos.

Nadie supondria al primer golpe de vista que el paciente está ciego; pero á los pocos instantes se