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muerte se acercaba á grandes pasos. Todo era inútil ya; la enferma estaba colocada en esa pendiente rápida que conduce de una á otra existencia, sin que la mano del hombre pueda poner un obstáculo para detener en su caida á la persona que resbala por ella.

D. Miguel, sentado á la cabecera del lecho, miraba con los ojos del espíritu á la infeliz moribunda, estreclando á veces entre las suyas la mano sudorosa de Eugenia. Manuela rodeaba á su madre de cariñosos cuidados; la esperanza habitaba todavia en su corazon, derramando en él algo como un bálsamo suave y bénefico que calmaba sus dolores. Pero Eugenia no se daba ya cuenta de ello. No veía á su hija, no veía á su esposo. La vida material habia cesado casi por completo; la vida pura del espíritu, libre del cuerpo, iba á comenzar.

No solo inquietaba á la jóven el estado de su madre,sino tambien la prolongada ausencia de Ernesto que, como se sabe, no se presentó en su casa en esos dias.

Eugenia iba decayendo cada vez mas. El cútis de su rostro completamente demacrado, iba tomando