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— Me alegro; ahora hablemos de tus asuntos. Recuerdo que dijiste que piensas casarte. ¿Es verdad?

— Sí.

— Con ella?

— Con ella.

— Permite que me ría.

— Por qué?

— Porque eres un tonto.

— Muchas gracias.

— Voy á probártelo. ¿Cuándo la conociste? ¿Qué has visto en ella? ¿Cómo te has enamorado?

— La conocí hace un mes, en casa de una modista que me relató su historia. Su familia ha ocupado una buena posicion, pero hoy está en la miseria. Su madre está tísica, su padre ciego. Ella borda pára sostenerlos. En fin, es un ángel!

— Has leído novelas?

— Sí, ¿por qué me lo preguntas?

— Porque es mala comida para un cerebro hueco como el tuyo. Has tomado por ciertas cuantas patrañas has visto en las obras del viejo Hugo. Los amores de Dea y de Gwynplaine, de Marius y Co-