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En aquel momento dos carruajes se detuvieron á la puerta de la casa. En el primero debian partir Manuela, don Miguel y Dolores; en el segundo Ernesto y Luna. Los vecinos que sabian de qué se trataba, asomáronse á sus puertas, acercándose algunos á los carruajes, con la intencion de ver á la novia. Varios curiosos fueron á aumentar el grupo.

Armando sintió un estremecimiento en todos sus nervios, y se puso pálido. Iba á llegar la hora, la hora terrible... Su labio inferior temblaba y su cabeza ardia... Era el instante de obrar.

Entonces atravesó la calle y, temeroso de errar el tiro, colocóse á pocos pasos de la puerta...

Manuela, ruborizada y gozosa, salia de su habitacion, del brazo de su padre.

El vigilante que estaba de pié en la esquina, atraido por la curiosidad, fué á formar parte del corro; pasando justamente al lado de Armando Dupont, que pálido como la cera, esperaba la salida de los novios con impaciencia cada vez creciente. Al pasar, el brazo del gendarme rozó uno del jóven que se estremeció...

Una ligera exclamacion se escapó de su pecho.

Acababa de presentarse á su mente una imágen.