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grande así.» Pero este pensamiento engendró otro en él. Matando á Ernesto á la vista de Manuela ¿podria llegar á obtener su amor alguna vez? ¿no cerraria por completo las puertas á la felicidad? ¿no se haria infinitamente odioso? . .. Si la matara... á ella? Porque ella, ella sola era la causante de su desgracia, ella que habia dado á otro lo que él pedia para sí, ella, que le habia arrojado de su casa, no comprendiendo que todo lo que habia hecho era impulsado por su amor sin límites... De ese modo acabarian sus desprecios, de ese modo Ernesto no gozaria de su amor. Matarla, sí! Mas, qué le quedaria á él entonces? Por todas partes se le presentaba la vida sin ella: Manuela era de otro. Ah!... y un rujido se escapaba de su pecho, y su mano oprimia el cabo del revólver. Para él era necesario matar; su razon, encerrada en un círculo de hierro, no podia salir de él. Solo que, quitando la vida á Ernesto levantaba ante Manuela una muralla infranqueable; herirla era herir á su esperanza misma... Presentóse entonces á su imaginacion la idea del suicidio; pero vagamente, sin llegar á tomar cuerpo.

Ernesto se acercaba nuevamente á su casa. Iba