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embrutecido por el dolor y por la rábia de la impotencia. Sentado, de codos á una mesa, y mordiéndose los puños, los ojos casi fuera de las órbitas y la mirada fija en el vacio, rugia y sollozaba, lanzando á veces una imprecacion, suspirando á veces un ruego. De pronto, lívido, desencajado, convulso, se levantó ... ¡Tenia una idea!... En ocasiones semejantes, una idea cualquiera es la salvacion. Y, sin embargo, entonces es cuando el cerebro trabaja en vano, asi como la rueda del vapor que, á causa de un golpe de mar, voltea vertiginosa é inútilmente eh el aire. Habia encontrado el hilo con que salir del laberinto en que se hallaba. Ese hilo era una palabra; una palabra que habia visto ante sus ojos escrita con letras de fuego, dict:ida quizá por su locura, «¡Mata!» La palabra encerraba un mandato vago. ¿A quién? ¿A él? ¿A ella? ¿A los dos? A él!... Armando tomó un revólver, y guardándolo en un bolsillo de su pantalon corrió á apostarse frente á la casa de los jóvenes, medio oculto en el quicio de una puerta... En ese instante salia Ernesto... Por un movimiento instintivo, Armando echó mano al arma. Un pensamiento le detuvo. «Que ella le vea morir, se dijo, mi venganza será mas