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mas que esperara esa respuesta. ¿Y, por qué?

— Ah! usted lo comprende muy bien. ¿Que porvenir puedo ofrecerla yo, que soy tan pobre como ella, si no lo soy mas? ¿Qué hogar podemos constituir de esa manera? Lo que yo gano, ni aun el doble, podría alcanzar para sostenernos, y en cuanto á que ella trabaje, usted ve que es imposible. Nunca lo permitiria, mientras hubiera en mis venas sangre que pudiera subir á mi rostro. Todos saben perfectamente que se pierde la dignidad en las cosas mas leves. ¿Sostenido por mi mujer? Eso seria corno el eclipse total de mi vergüenza. La persona que se estime, no debe ni siquiera pensarlo.

Dolores, conmovida, hizo comprender al jóven que pensaba lo mismo en cuanto á eso.

— Pero, añadió, me parece que si ella le quiere á Vd., por mas pobres que vivan, serán Vds. felices...

— ¡Falta saber si ella mee quiere! exclamó Ernesto.

Ambos callaron. Esa era una pregunta sin contestacion posible; la que pudiera haberla dado no estaba presente.

Poco rato despues Ernesto, al retirarse, se encontró con Manuela que entraba en aquel punto.