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— ¿No es cierto, Manuela?

Ella permaneció un instante sin pronunciar una sola palabra, pues la pregunta no era de aquellas que se contestan inmediatamente.

Por fin, haciendo un esfuerzo:

— Sí, contestó.

— Bien lo sabia yo!

En aquel momento se presentó Dolores, interrumpiéndose asi la conversacion. La buena mujer habia ido á su pobre aposento á ocultar su llanto de gozo. La amistad la habia hecho formar parte de aquella familia, y al verla casi feliz, gozaba de la felicidad mas completa, como si á ella le tocase tambien la dicha que comenzaba á sonreirle.

Las horas de la noche se deslizaron en agradable conversacion cuyo asunto eran los sucesos de aquel dia.

El rostro de Manuela tomaba de vez en cuando un pronunciado tinte de carmin, lo que no dejó de llamar la atencion de Dolores.

¿Qué pensamientos le causaban esos súbitos rubores? ¿Era, acaso, el recuerdo de las palabras de don Miguel? ¿Pensaba en el instante en que Ernesto se

acercara á ella para decirle que la queria?