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— Ernesto es un excelente jóven, y lo has tratado con mucho rigor, tanto que estoy seguro de que lo lo has hecho sufrir horriblemente.

— Oh! papá!

— Bien sé que te disgustan mis palabras, pero son verdaderas. Ese jóven merece todo tu aprecio y lo has tratado como un bandido, un canalla de la peor especie.

— Pero ¿por qué me acusas? El daño está hecho, y no es irreparable, puesto que acabo de repararlo.

El anciano calló tomando una mano de Manuela entre las suyas, y atrayendo á la niña hácia sí.

— Tu madre lo quería, dijo con la voz mojada en las lágrimas que agolpó ese recuerdo á sus ojos; él, por lo tanto, merece tu cariño...

La jóven suspiró.

— Un dia te ha de decir, quizás, que te ama, y ese dia no está lejos; yo sé que solo piensa en tí, que tú eres la única ambicion que lo alienta. Sé tambien que tú lo amas, por mas que ese cariño esté oculto para todos en el fondo de tu corazon, y por último, no ignoro que recibirás con alegria sus palabras cuando te diga que te quiere.

— Oh! suspiró la niña.