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siguió el jóven, que soy un vicioso, y que he sido conducido á una comisaria, por ebriedad y escándalo. Eso no es mas que una inícua mentira, y el que la ha dicho, un infame. Señor Dupont, de usted hablo.

— Haces mal, pues me insultas gratuitamente, dijo Armando, tan tranquilo como antes.

Manuela temblaba, ¿Qué iba á resultar de todo eso? ¿Quién diria la verdad?.... Entre tanto no pronunciaba una palabra.

— No insulto nunca gratuitamente á nadie.

— Entonces pruébame lo que dices.

— Lo probaré; me basta con relatar los detalles que usted mismo me trasmitió por teléfono, creyendo hablar únicamente con su cómplice, que está por otra parte, arrepentido de lo que ha hecho.

Dupont se levantó lívido. No habia duda: estaban descubiertas sus maquinaciones. Quiso contestar, pero su garganta no articuló sonido alguno. El golpe inesperado lo aterraba. Manuela miró á los dos y comprendió en su aspecto á quien pertenecia la razon en aquella lucha.

— Señor, dijo dirijiéndose á Armando. Veo que usted ha calumniado á una persona de quien se de-