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el efecto que le hacian las revelaciones de Dupont que no sospechaba tener tal oyente.

Completamente descuidado creia confiar su secreto á una persona á quien de nada podia servirle. No pensaba ni remotamente en Gonzalez que, con una bocina junto al oido, seguía, como loco, el curso de esa conversacion que se le descubría todo el mal que le habian hecho.

— Prosigue, habia dicho Coleti.

— Al dia siguiente de publicar el suelto, dijo Armando, dejé el diado en casa de Manuela, para que al verlo perdiese su estimacion por ese muchacho.

— Y?...

— Ella lo leyó, y ha sucedido lo que yo deseaba.

Ernesto estuvo á punto de lanzar un grito. Coleti o detuvo.

— Y te ha escuchado?

— No, pero espero que me escuchará.

— Dónde vive esa jóven?

— ¡Eres muy curioso!

— Si no quieres decírmelo no me lo digas; de todos modos no tengo ningun interés en saberlo.

— Creo que ya estarás satisfecho?

— Plenamente, y te doy las gracias por la confian-