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que habia hecho de ellas su presa. Todo en el exterior era sonrisas; todo en el fondo lágrimas. Manuela tenia inmensas energias; el trabajo que hubiera postrado á una naturaleza menos firme, era para ella un consuelo y lo consideraba como el cumplimiento de un deber que la habia señalado el destino; se enorgullecia al pensar en que sus padres se lo debian todo....

Una tarde Eugenia la llamó á su lado.

La cabeza de la enferma, reclinada en las blancas almohadas, parecía la cabeza de un moribundo.

— Manuela, murmuró.

— Qué quiéres, mamá?

— Ven... aquí... mas cerca... tengo que hablarte.

Manuela se acercó.

— Pronto voy á morir, prosiguió ella: ya apenas siento dolores y sé que los que estamos atacados por esta enfermedad cesamos de sufrir cuando la muerte se acerca.

— Pero mamá ¿a qué hablar de eso? dijo la jóven sollozando.

— Quiero que te acostumbres á la idea de la